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La inquisición líquida: feminismo, poder y la herejía de Javier Rebolledo

Por Claudia Molina B. – Factos Cuando un periodista se atreve a nombrar lo innombrable, lo mínimo que espera es una reacción. Pero lo que ha enfrentado Javier Rebolledo tras la publicación de su libro Falsas Denuncias no es solo polémica: es una cacería. De esas que no se anuncian a viva voz, pero que […]

Por Claudia Molina B. – Factos

Cuando un periodista se atreve a nombrar lo innombrable, lo mínimo que espera es una reacción. Pero lo que ha enfrentado Javier Rebolledo tras la publicación de su libro Falsas Denuncias no es solo polémica: es una cacería. De esas que no se anuncian a viva voz, pero que operan con eficiencia quirúrgica en círculos feministas donde la consigna se ha vuelto dogma, y el disenso, traición.

Rebolledo no es cualquier periodista. Ha sido una voz respetada en el ámbito de los derechos humanos, con investigaciones clave sobre crímenes de la dictadura y estructuras de poder que persisten hasta hoy. Pero esta vez cruzó una línea invisible: se metió en el territorio pantanoso de las denuncias falsas por violencia de género, y lo hizo con nombre y apellido, con pruebas, con datos, y —quizás lo más grave para sus detractoras— con una pluma lúcida, que no pide permiso ni se arrodilla ante la corrección política.

Lo que Falsas Denuncias plantea no es una negación del fenómeno de la violencia machista. Eso lo saben incluso quienes, con ira preformateada, hoy lo acusan de “revictimizar” y de “atacar al movimiento”. Lo que expone el libro, en cambio, es un fenómeno real y documentado: que también existen denuncias falsas. Que también hay hombres injustamente acusados. Que también hay mujeres que instrumentalizan la ley. Y que la justicia, lenta, clasista y muchas veces sexista en todos los sentidos, no está preparada para lidiar con estos matices.

¿Y qué hizo el sector más institucionalizado del feminismo chileno? En lugar de leer, debatir o incluso refutar con argumentos, reaccionó con lo de siempre: silenciamiento, cancelación y ataques ad hominem. Porque este no es el feminismo de las sufragistas, ni el de las obreras del salitre, ni el de las compañeras que pelearon contra la dictadura. Este es otro: uno capturado por la burocracia, por el mundo académico corporativo, por las ONGs financiadas desde arriba, y por la comodidad del discurso monocorde. Un feminismo líquido, hueco, cómodo para el poder porque ya no incomoda a nadie —salvo cuando alguien les muestra el espejo.

Ese espejo, en este caso, es un libro. Pero también es una advertencia: si el feminismo no es capaz de mirar sus zonas ciegas, de reconocer sus errores, de distinguir entre justicia y venganza, se convertirá en exactamente aquello contra lo que luchó: una estructura de poder cerrada sobre sí misma, incapaz de autocrítica, ajena a los matices y enemiga de la verdad.

No se trata de negar que el sistema ha fallado históricamente a las mujeres. Se trata de entender que la lucha contra la violencia no puede basarse en fe ciega ni en la supresión del debate. Porque si el único feminismo aceptable es el que repite dogmas, entonces no estamos hablando de una herramienta de emancipación, sino de una ideología autoritaria.

Falsas Denuncias incomoda porque cuestiona privilegios nuevos, porque interrumpe una narrativa conveniente, porque dice lo que no se puede decir sin pagar un precio. Rebolledo sabía el costo. Y lo pagó. Pero el periodismo —el de verdad, no el militante disfrazado de progresismo institucional— tiene la obligación de incomodar. Y hoy, en un ecosistema donde la sororidad se ha convertido en mordaza, y donde las redes sociales dictan sentencias sin debido proceso, su trabajo es más necesario que nunca.

A quienes levantan la voz contra este libro sin haberlo leído, les vendría bien una pausa para pensar. Porque si de verdad creen en la justicia, tendrán que aceptar que esta solo existe cuando se aplica para todas y todos. Lo demás es propaganda, histeria colectiva y una peligrosa negación de lo real.

Hoy el periodismo feminista, si quiere ser relevante, tiene que aprender a vivir en la contradicción. Tiene que aceptar que hay mujeres que mienten. Que hay hombres que son víctimas. Que la verdad no se alinea con las campañas ni con los cargos. Y que el feminismo que no piensa, que no debate, que no escucha, está destinado a convertirse en otro aparato de control. Un nuevo patriarcado con rostro amable y discurso inclusivo.

Desde Factos, defendemos el periodismo que se arriesga. Que no teme a los temas incómodos. Que se enfrenta al poder, incluso cuando ese poder se disfraza de causa justa. Porque al final del día, decir lo indecible también es un acto de justicia.

© Factos Chile – 2025