Por Equipo Factos
En este nuevo 1 de mayo, no hay que buscar frases rimbombantes. Hay que mirar la historia con lupa, y el presente con coraje. Este gobierno, encabezado por el presidente más joven desde el retorno a la democracia, ha tenido en Jeannette Jara una de sus figuras más firmes y poco ostentosa. Sindicalista, abogada, mujer de origen popular y ministra del Trabajo hasta hace pocos días, Jara lideró una de las gestiones laborales más relevantes en años. Pero, ¿es eso suficiente para hablar de transformación?
Durante su paso por la cartera, se aprobaron hitos como la Ley de 40 Horas, la Ley Karin (que obliga a prevenir el acoso laboral y sexual en todos los espacios de trabajo, sin distinción de género, protegiendo también a hombres víctimas de hostigamiento), el aumento progresivo del salario mínimo a más de $510.000, y recientemente, una reforma previsional que comienza a cambiar un modelo que por décadas favoreció a las AFP por sobre las personas. Todos avances importantes, pero que siguen conviviendo con una realidad laboral indignante: 1 de cada 4 mujeres y 1 de cada 5 hombres trabajan en la informalidad; y entre los inmigrantes, hombres y mujeres, ese porcentaje puede superar el 35%. Además, los subcontratados duplican al empleo directo en servicios públicos, y la mitad de las pensiones siguen bajo la línea de la pobreza.
Chile es un país donde el trabajo ha sido tradicionalmente presentado como un premio, no como un derecho. Donde la dignidad laboral está condicionada al rendimiento, al silencio y a la docilidad. Y donde, a pesar de las leyes, todavía se despide a mujeres embarazadas, se vulneran derechos de trabajadores inmigrantes, y se normaliza el acoso -también contra hombres- en hospitales, fábricas y escuelas.
El sindicalismo también carga su historia: en los 70, la Central Única de Trabajadores (CUT) jugó un rol crucial en el proceso de transformaciones sociales. Tras el golpe de Estado, la persecución y el exilio arrasaron con esa fuerza organizada. Hoy, los sindicatos enfrentan el desafío de renovarse, de representar con fuerza a trabajadoras y trabajadores -chilenos y migrantes- empleadas domésticas, aplicaciones móviles para repartidores (riders de apps) y también a hombres que viven condiciones precarias en la construcción, el comercio informal o el transporte público.
En este contexto, el liderazgo de Jara no fue sólo técnico. Fue político. Recuperó el sentido de gobernar con los trabajadores y no contra ellos. Pero también hay que decirlo: sus reformas, aunque valientes, quedaron a medio camino. Porque el sistema sigue premiando al empresariado incumplidor y porque los cambios estructurales requieren una fuerza social que aún no se ha rearticulado del todo.
Avanzar es importante. Pero transformar es otra cosa. Es cuando la ley no sólo se aprueba, sino que se cumple. Es cuando el respeto deja de ser la excepción y se convierte en la norma. Es cuando el Estado protege al trabajador y no al agresor.
En este 1 de mayo, no basta con celebrar lo ganado. Hay que mirar lo que falta: una reforma laboral integral que limite la subcontratación abusiva, una garantía de salario digno sin subsidios transitorios y una reforma previsional que de verdad garantice pensiones justas. El trabajo no puede seguir siendo una lotería donde unos pocos ganan siempre y el resto apenas sobrevive.
La ministra se fue, pero la tarea no ha terminado. Y esa es, también, una responsabilidad de la sociedad. El trabajo no es un favor. Es un derecho. Y hay que defenderlo como tal.
Equipo Factos, saluda con admiración y respeto a todas y todos los trabajadores de Chile. A quienes sostienen el país con su esfuerzo, su convicción y su dignidad, en medio de injusticias que aún persisten. Este 1 de mayo es de ustedes y para ustedes y el futuro debe comenzar a escribirse como merecen.
