La derecha ha ganado más que elecciones: ha capturado sentidos. La izquierda no puede seguir ausente del debate. Es hora de recuperar la narrativa con valentía, conexión y futuro.
Por Claudia Molina B.
La derecha chilena no sólo ha ganado terreno político, también ha logrado algo más profundo: instalar una narrativa que coloniza el sentido común de millones. Hoy habla de seguridad, dignidad, esfuerzo y justicia, como si fueran banderas propias. Pero esas palabras nacieron en el campo popular, en la lucha por la justicia social, en la memoria colectiva. Y hoy, las vemos vueltas en armas de control, de mercado, de miedo.
“La gente no vota contra sus intereses. Vota con la información que recibe y las emociones que se movilizan.”
Lo más alarmante es que frente a esta apropiación del discurso, la izquierda y centroizquierda han respondido tarde, divididas o desconectadas, incapaces de disputar esos sentidos desde una nueva propuesta transformadora. Peor aún, a veces ceden esos espacios creyendo que el lenguaje de lo emocional o de lo práctico no es parte de su campo.
El relato conservador no se combate con consignas, se disputa con sentido
Cuando la derecha habla de “orden”, muchas personas no escuchan autoritarismo, sino una esperanza de vivir sin miedo. Cuando alaba el esfuerzo individual, hay quienes lo creen porque toda su vida ha sido cuesta arriba. El problema no es ese miedo o esa fe: el problema son las soluciones de exclusión y castigo que se les ofrece.
Necesitamos una nueva narrativa política que conecte, que hable de orden desde lo social, de seguridad desde los cuidados, de justicia desde la vida cotidiana. No se trata de renunciar a las ideas progresistas. Se trata de decirlas de otro modo, con otra emocionalidad, con conexión real.
La economía también es política emocional
¿De qué sirve hablar de PIB si la gente no llega a fin de mes? ¿Qué sentido tiene la estabilidad macroeconómica si no hay justicia tributaria ni pensiones dignas?
“Necesitamos una economía para la vida, no sólo para las cifras.”
Recuperar el relato también implica decir que el Estado no es burocracia, sino herramienta de protección, que los derechos humanos no son patrimonio del pasado, sino urgencia del presente. Que el crecimiento sin redistribución no es progreso, sino precariedad maquillada.
Reconectar con la gente: sin dogmas, sin superioridad moral
La tarea es política, pero también cultural. Es volver a hablar con la gente, en sus códigos, desde sus dolores, sin imponer, sin teorizar desde arriba. Reconstruir una épica colectiva donde las palabras tengan sentido otra vez: justicia, comunidad, dignidad e igualdad.
“Este nuevo relato no se escribe desde los ministerios: nace en los barrios, en las poblaciones, en las calles.”
La disputa por el relato no es adorno: es el corazón de la política
Porque cuando una fuerza política pierde el lenguaje, pierde su capacidad de movilizar, de emocionar, de transformar. Recuperar el relato no es nostalgia. Es una urgencia para que las ideas de justicia, memoria y derechos humanos vuelvan a estar en el centro de la conversación pública.