La carrera hacia la presidencia en Ecuador está llegando a su clímax con una situación de auténtico empate técnico entre el actual presidente Daniel Noboa y su contrincante de izquierda, Luisa González. Las encuestas reflejan una ligera diferencia de apenas cuatro décimas que pone el resultado final en el aire. La campaña ha sido inusual y caracterizada por la ausencia de sus candidatos, lo que ha generado una especie de guerra silenciosa donde los errores del otro parecen ser la clave del éxito.
Ambos candidatos enfrentan el reto de gobernar un país que actualmente tiene la tasa de homicidios más alta de Latinoamérica y una deuda abrumadora. El gobierno de Noboa, inicialmente celebrado por su mano dura contra el crimen, ha visto un resurgimiento de la violencia y está ahora manchado por crisis como los apagones prolongados. Estos desafíos, junto con la gestión percibida como autoritaria y el presunto uso indebido de recursos estatales sin pedir una licencia adecuada para su campaña, han servido de munición para sus críticos.
Por otro lado, Luisa González intenta desmarcarse de la sombra persistente de Rafael Correa y su legado divisivo. Su campaña ha buscado alianzas con sectores clave como la comunidad indígena, aunque esta relación sigue siendo tensa y está llena de desconfianzas. González promete un retorno a los días de prosperidad y desarrollo anterior, mientras se enfrenta al temor de sectores que recuerdan el poder concentrado durante el correísmo.
El resultado final parece depender del voto de los indecisos y de aquellos que han declarado su intención de anular su voto. En el contexto actual, donde las amenazas del pasado y el presente nebuloso se intercalan, cualquier paso en falso podría ser decisivo. Mientras ambos candidatos apelan a diferentes miedos populares, los votantes ecuatorianos se preparan para tomar una decisión que definirá el futuro de una nación atrapada en una encrucijada de cambio e incertidumbre.
