Florencio Varela, un rincón tradicionalmente calmado, se vio sacudido por una tragedia que despierta intriga y dolor. Micaela Lator, a sus 47 años, fue hallada sin vida junto con su pequeño hijo Esteban, de seis, en su hogar de Bosques.
El relato del esposo de Micaela, Fernando Cuello, es sombrío: al regresar tras un día laboral, encontró a su esposa yaciendo sin vida en el pasillo, mientras que su hijo luchaba por su último aliento en la cama matrimonial. Esteban, tragicamente, falleció en los brazos de su padre.
El caso, calificado como “homicidio seguido de suicidio” por la fiscalía, ha sembrado cuestiones profundas y aun abiertas. Armas escondidas, una carta reveladora escrita por Micaela, y las diferencias en los tiempos de muerte de madre e hijo, son algunos de los elementos que agitan las aguas de la investigación.
Micaela, según allegados, vivía exclusivamente por y para su hijo, quien padecía autismo. Angustiada por el futuro de Esteban, la soledad y los desafíos de su salud mental parecían sobrepasarla, tras una historia de lucha constante por el bienestar de su hijo y mejoras para personas con discapacidad.
La carta dejada por Micaela refleja su agotamiento emocional. Un fuerte reproche hacia el padre de Esteban por su aparente negación y falta de apoyo emocional, encapsula el sentir de una mujer al límite.
Vecinos y amigos testifican sobre una madre dedicada desbordada por la vida. Su amiga Trinidad, quien compartía vivencias similares, recuerda la persistencia y amor de Micaela por su hijo, un amor que se extendía más allá de sus propios límites.
La tragedia en Florencio Varela no solo nos deja innumerables interrogantes, sino también un grito ahogado por una madre y su hijo que tocaron profundamente la vida de quienes los rodearon.
