Por Claudia Molina B.| Factos Reportajes

No es una ironía decir que llueve mierda en un hospital público. Hoy, en el Hospital Clínico San Borja Arriarán (HCSBA), el séptimo piso —área de ginecología— amaneció con filtraciones de aguas servidas desde el techo, arrastrando excremento por las paredes, pisos y pasillos. Mientras tanto, el piso de maternidad (-1) el martes 20 de mayo estuvo todo el día sin agua porque se reventó la matriz. No fueron suspendidas las cirugías obstétricas, internaciones post parto y atención neonatal sin acceso básico a higiene.
La palabra “colapso” se queda corta. Lo que se vive en este recinto es una emergencia humanitaria y sanitaria, agravada por la negligencia estructural y el abandono sostenido de las autoridades.
El techo que escupe agua con caca
Desde temprano, el personal de salud denunció que el techo de ginecología filtraba un líquido maloliente, visiblemente contaminado, con residuos fecales. La “solución” aplicada: guantes quirúrgicos y cinta scotch, improvisados como parche grotesco para contener la filtración. Una imagen que ilustra sin metáforas la precariedad: profesionales intentando salvar vidas, mientras el techo literalmente les escupe caca encima.

Un Capítulo Médico de rodillas
A pesar de la gravedad de los hechos, el Capítulo Médico del HCSBA ha optado por el silencio. Su única bandera ha sido la promoción de la reconstrucción del Centro de Diagnóstico y Tratamiento (CDT) incendiado en 2021, una necesidad real, pero no la única ni la más urgente hoy.
No hay pronunciamientos sobre las condiciones actuales, sobre la exposición a agentes infecciosos, sobre los riesgos que enfrentan sus propios colegas al operar, caminar e incluso respirar en un hospital infestado por filtraciones cloacales. Por el contrario, se golpean el pecho hablando de futuro, mientras ignoran que hoy todos los funcionarios clínicos y no clínicos trabajan con caca en los zapatos.
Crispi : Letras para un medio, silencio para los pasillos
En medio de esta crisis, la presidenta del Colegio Médico, Francisca Crispi, eligió escribir una carta en un medio de circulación nacional para insistir en la urgencia de reconstruir el CDT. Lo hizo desde lejos. Sin pisar el hospital. Sin recorrer los pasillos donde el personal trabaja en condiciones inhumanas.
Jamás ha visitado el hospital en este contexto ni ha mostrado preocupación por las condiciones laborales actuales. Ni una palabra sobre la exposición a patógenos, ni una línea por la salud mental y física del personal que sigue atendiendo bajo el sonido de goteras fecales.

Wilhelm y Morlans: Un Dúo de Inacción
En el epicentro de este colapso sanitario está el director del hospital, Jorge Wilhelm, quien, pese a tener conocimiento del deterioro estructural, no ha tomado medidas urgentes, ni ha dado respuestas públicas claras. Su gestión, caracterizada por la inacción y la desconexión, ha sido blindada desde más arriba.
La directora del Servicio de Salud Metropolitano Central (SSMC), Ximena Morlans, ha optado por sostener al director a cualquier costo. Antes que reconocer el fracaso de la administración hospitalaria, ha preferido inmolarse con él. No ha exigido cambios, no ha levantado la voz. Su silencio es también una decisión política. Una apuesta peligrosa: sacrificar a todo un hospital por lealtad personal.
Morlans no está dispuesta a decir “hasta aquí”. No se arriesgaría a dejar caer a Wilhelm, su mentor y ficha protegida, aunque eso implique que cientos de trabajadores sigan expuestos a infecciones y miles de pacientes sigan siendo atendidos en espacios contaminados y deteriorados.
¿Y los pacientes? ¿Y los trabajadores?
Este no es un debate entre técnicos o gremios. Es una realidad brutal: hoy se atiende, se opera y se vive entre heces. No se suspenden cirugías por falta de agua, pero, también para aparentar normalidad. Se trabaja con mascarillas quirúrgicas mientras en el techo caen filtraciones contaminadas. Y nadie al mando parece dispuesto a decir basta.
Ya no es tolerable. Ya no es “parte del colapso del sistema”. Es abandono puro. Es violencia estructural contra quienes atienden y quienes son atendidos. Es la salud pública convertida en un chiste cruel.
La reconstrucción no puede ser excusa para la indolencia
Todos queremos la reconstrucción del San Borja. Pero lo que se necesita hoy es acción inmediata, decencia institucional, voluntad política y ética profesional. Porque mientras los discursos siguen apuntando a una obra futura, los techos hoy gotean excremento, y las autoridades siguen mirando para otro lado.
