El conflicto en Gaza toma un giro inesperado con la reciente declaración del Ejército israelí, que ha calificado al periodista palestino Hossam Shabat, fallecido en un bombardeo, como un “francotirador” de Hamás que supuestamente se disfrazaba de reportero de Al Jazeera. Según las fuerzas armadas israelíes, Shabat no solo era un comunicador, sino que también habría participado en actividades terroristas y mantenía relaciones directas con el grupo islamista.
El ataque que le costó la vida, de acuerdo con el Ejército, fue parte de una operación conjunta con la agencia de inteligencia israelí. Este trágico suceso ha incrementado a 208 el número de periodistas palestinos que han perdido la vida en ataques derivados del conflicto, según reports emitidos por el Gobierno de Hamás.
Sin embargo, la credibilidad de las afirmaciones del Ejército israelí ha sido puesta en duda por Reporteros Sin Fronteras, que ha señalado graves inconsistencias en estas acusaciones, las cuales no son nuevas en el contexto del conflicto. Las reacciones a este caso resaltan no solo la precariedad de la labor periodística en zonas de guerra, sino también la percepción de que se utilizan las acusaciones para justificar acciones militares.
