En un periodo asombrosamente corto de cuatro días, se destapó una operación de desprestigio que ha sacudido las redes sociales mexicanas. Aparentemente, más de 20 millones de pesos fueron invertidos en la plataforma X por actores desconocidos con el único propósito de socavar la imagen de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y su predecesor, Andrés Manuel López Obrador. Este ataque se orquestó mediante el uso de 147 mil bots, generando más de un millón de menciones bajo la etiqueta #NarcoPresidentaClaudia, acusando a la mandataria de tener conexiones con un rancho en Jalisco, donde se han encontrado evidencias de crímenes atroces.
La magnitud de esta campaña sugiere que los responsables son individuos o grupos con profundos recursos económicos, dispuestos a pagar para alterar la percepción pública. No se trata de un movimiento orgánico, sino de un intento descarado de desestabilizar un gobierno que, a pesar de las críticas, sigue encontrando apoyo entre la ciudadanía.
Estos ataques digitales no solo son preocupantes por su contenido, sino también por el entorno que fomentan. Las estrategias de desprestigio reabren viejas heridas políticas y revelan la falta de creatividad en las tácticas utilizadas, muchas de las cuales ya han fracasado en el pasado. Lamentablemente, las redes sociales como X han degenerado en un escenario donde la verdad es sacrificada en favor del escándalo y los ataques anónimos.
Frente a este panorama, la regulación de estas prácticas se vuelve urgente. No para restringir la libertad de expresión, sino para salvaguardar el derecho de los ciudadanos a conocer las intenciones detrás de lo que consumen. Si alguien desea influir en la opinión pública mediante campaña pagada, es justo que se conozca el origen y los intereses detrás de cada mensaje.
A pesar de la desinformación y el ruido generado, la reciente campaña contra Sheinbaum ha demostrado que las redes sociales no son representativas del sentir nacional. Existe un panorama más amplio en el que la opinión pública y el apoyo a la mandataria continúan firmes, sugiriendo que la batalla no se libra únicamente en el ámbito digital, sino también en la realidad social.